miércoles, 24 de octubre de 2012


La danza y el cine, un romance añejo.



La danza es una de las artes más antiguas de la humanidad. Presente en los rituales del hombre primitivo cuando rendía pleitesía a sus dioses, se convirtió en un arte mayor en la época de la Grecia clásica. Era en ocasiones intercalada en los dramas trágicos del teatro heleno. Por medio de la danza el ser humano ha podido expresar su estado de ánimo: su alegría, su ira, odio, amor y tristeza. 

El baile ha logrado relacionarse con el cine desde el nacimiento del séptimo arte, y ha sido utilizado por los grandes directores en sus películas, incluso en la etapa muda. 

Están, por ejemplo, los pasos extasiados de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia (1952). O la danza de la muerte en El séptimo sello, de Bergman (1957). La composición de danza y canto en la escena de la liberación del pueblo campesino en Novecento (1976), de Bertolucci, y el baile de tango de Al Pacino al son de la melodía Por una cabeza de Gardel en Perfume de mujer (1992). Incluso John Ford incluyó escenas de baile en sus westerns más célebres.

Pero en 1927, cuando Al Jolson pronunció las primeras palabras en pantalla con la cinta El cantante de jazz, nació el cine sonoro y a la vez apareció uno de los géneros más populares del cine: el musical.

Este género, que combina canto, música y baile, tuvo su apogeo durante los treinta, hasta finales de los setenta, y entregó verdaderas joyas del entretenimiento. Se destacan las producciones de los estudios Warner, que le debe el éxito de sus cintas al talento de uno de los más grandes coreógrafos que ha dado el cine: Busby Berkeley (1895-1976).


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